ECOLÓGICOS O DE JAULA, TODO LO QUE HAY QUE SABER AL COMPRAR HUEVOS

La intensificación de la cría de gallinas amenaza incluso a los modelos supuestamente más sostenibles.

Texto: María Rosa

Los huevos tienen una especie de DNI. Esa larga combinación de cifras y alguna letra que llevan impresa encierra muchos datos con información relevante para el consumidor: desde el modo de cría de las gallinas ponedoras hasta el país, la provincia e incluso la granja de origen. En principio, todo lo que necesitamos saber está ahí. Sobre todo, en el primer número: una cifra del 0 al 3 que indica el sistema de producción de ese huevo, es decir, la forma en que viven las gallinas ponedoras. Aunque, como siempre, hay matices que este artículo pretende contribuir a aclarar.

En principio, la división es clara y rige en toda la Unión Europea. 

  • El número 0 identifica a los huevos de producción ecológica: las gallinas se alojan en gallineros con salida permanente a terrenos al aire libre donde pueden picotear la vegetación, escarbar en el suelo y darse baños de arena. También disponen de perchas donde subir a descansar, nidos para poner huevos y materia para escarbar y picotear. Y se alimentan con piensos de cereales procedentes de la agricultura ecológica. Una normativa específica certificada por los Consejos Reguladores de la Agricultura Ecológica regula este tipo de huevos.
  • El número 1 es el código del huevo de gallinas camperas, que garantiza la existencia de salidas a parques al aire libre con vegetación para picotear y baños de arena para el cuidado de las plumas. 
  • El número 2 indica que las gallinas se crían en suelo, es decir, se mueven en libertad en el interior de un gallinero cubierto.
  • El número 3, por último, corresponde a las gallinas criadas en jaula en grupos reducidos. En este caso, como en todos los demás, se exigen que dispongan de perchas para subir a descansar, nidos para poner huevo y material para escarbar y picotear. 

Mar Fernández, directora de la Asociación Española de Productores de Huevos (ASEPRHU), afirma en declaraciones a Otroconsumoesposible.com que la legislación es fruto de una directiva “pionera y avanzada” y basada en “estudios científicos” para garantizar “el bienestar de las aves”. Y que las exigencias, incluso, se han reforzado en España con respecto a otros países por encima de los mínimos, por ejemplo al hablar del tamaño de las jaulas. No duda, por ello, en afirmar que los cuatro métodos de producción son válidos y que todos tienen sus ventajas e inconvenientes: la mortalidad en las jaulas, explica a modo de ejemplo, es inferior que en los sistemas al aire libre, porque limita la llegada de enfermedades y los ataques de animales depredadores. La calidad de los huevos, añade, es la misma en todos los casos, siempre que se respeten las condiciones de sanidad de las aves y se les proporcione una alimentación adecuada y equilibrada. 

Coincide, en este último punto, con Alberto Díez, de la Asociación Nacional de Defensa de los Animales (ANDA): ningún estudio de los muchos realizados concluye que la calidad del huevo sea mejor con un sistema de producción que con otro. Pero difiere, sin embargo, al hablar del bienestar de los animales, con una figura muy sencilla: “Cuando un consumidor piensa en el bienestar de los animales, no se limita a pensar que tienen agua y alimentos, que se da por hecho. Sino que se los imagina en libertad, con posibilidad de volar, saltar y desarrollando un comportamiento natural”. 

La Asociación Nacional de Defensa de los Animales respeta los cuatro modelos de producción, pero pide que un sello identifique el plus que supone la cría tradicional de gallinas al aire libre y en pequeñas explotaciones.

Díez reconoce la suficiencia de la actual legislación para garantizar un mínimo bienestar de las gallinas. Y defiende, de hecho, la permanencia de los cuatro actuales sistemas de producción. La diferencia estriba, en su opinión, en que el consumidor añada al concepto calidad del huevo otro tipo de parámetros referidos a la vida de las aves, al impacto medioambiental del modelo de producción y, un tercero no siempre tenido en cuenta, un pago justo a los productores que contribuya al desarrollo rural de las zonas ganaderas.

En su opinión, la exigencia de esos tres ingredientes derivarían en lo que podríamos llamar un quinto modelo de producción, partiendo, además, de la constatación de una realidad: la creciente tendencia a consumir huevos ecológicos o de gallinas camperas ha conducido a una “intensificación” de estos modelos, de forma que grandes productoras se “han apropiado” de los valores que inspiran la producción de huevos ecológicos y camperos hasta desvirtuarlos. Porque ciertas exigencias de la ley pueden ser, a la hora de la verdad, interpretadas de muy diversas formas: por ejemplo, la existencia de una mera salida a un paraje sin apenas vegetación desde un almacén cerrado con miles de gallinas puede pasar como crianza “campera”; o la convivencia de 300.000 gallinas en suelo en granjas en las que  teóricamente respetan la proporción espacio/animal, desnaturaliza la crianza, por la imposibilidad de evitar la concentración de animales en ciertos espacios o por una excesiva tecnificación que multiplica la huella ecológica.

 “La consecuencia –añade Alberto Díez– es que se engaña al consumidor; no es una realidad ese ambiente idílico que se nos vende”. En su opinión, en el camino hacia esta división de la producción “nos hemos cargado la producción artesanal, con gallinas criadas en libertad en buenos patios y elementos vegetales, y en pequeñas producciones”. Por eso, desde ANDA negocian con la administración la implementación de un sello, el sello ANDA, que premie este tipo de explotaciones, ese quinto modelo de producción del que hablábamos. Eso sí, el coste de producir huevos de esta forma repercute en el precio, de eso no cabe duda. Pero hay dos argumentos para quienes se lo pueda permitir: considerar el modo de producción un elemento más de la calidad subjetiva del huevo y, como propone Díez, reducir el consumo excesivo de ciertos productos y pagar más por ellos.