Provisto de su cámara, el fotógrafo Yann Arthus-Bertrand reclama una revolución para cambiar la forma en que los humanos nos relacionamos con el entorno
Texto: Juan Luis Gallego
“Necesitamos una revolución; una revolución no política, sino espiritual, y no desde el punto de vista religioso, sino en el sentido ético y moral para abordar qué podemos y qué no podemos hacer los humanos”. Sería un ejercicio inútil tratar de definir si Yann Arthus-Bertrand (París, 1946) es actualmente un fotógrafo o un comprometido ecologista. Ambas facetas no solo conviven perfectamente en su figura pública, sino que se complementan, se retroalimentan y, en este punto de su carrera, se necesitan mutuamente. De la importancia de la primera, valga una apuesta: casi con toda seguridad todos los que leen estas líneas habrán visto alguna vez, aun sin saberlo, una fotografía tomada por Arthus-Bertrand, una de esas evocadoras imágenes desde el cielo que convierten un manglar en un corazón o el descanso de un trabajador negro sobre algodones en una cuadro. De la segunda, de su faceta como activista en defensa de la naturaleza y en contra del uso, y abuso, que de ella hacen los humanos, forma parte la reflexión que encabeza estas líneas y un largo currículum de conferencias, libros y, sobre todo, películas que empezó con La Tierra vista desde el cielo (2004), siguió, entre otras, con Home (2009), Planeta Océano (2012) o Human (2015), y completa ahora con Terra.
“Cada segundo son sacrificados en el mundo 2.000 animales para alimentar a 7.000 millones de personas. Solo el 2% de los mamíferos son salvajes, obligados a buscar refugio lejos del ser humano; el resto han sido domesticados o convertidos en ganado”. Esa es la idea sobre la que se construye Terra; con una segunda premisa, en palabras de Arthus-Bertran: “Quizás mostrando la forma en que los animales salvajes viven, se alimentan y se relacionan con su entorno, se conviertan en ejemplo para nosotros”.
Para ello, para mostrarlo, ha hecho lo que mejor sabe hacer: fotografiar y filmar el planeta desde el cielo. Durante algo más de dos años, ha sobrevolado algunas de las pocas zonas todavía vírgenes –o, al menos, no ocupadas por los humanos– en países como Rusia, Venezuela, China y, especialmente, Botsuana, donde el amplio delta de Okavango es todavía un espectacular escenario de vida salvaje en el que habitan unos 200.000 grandes mamíferos y más de 400 especies de aves. “El ser humano tiene mucha empatía –explica el fotógrafo–. Por eso, a través de las emociones, pretendo mostrar que todos podemos ser refugiados, como los animales salvajes. Y que si amamos la vida, debemos ser coherentes en nuestro comportamiento, con el consumo que hacemos por ejemplo”.
Por eso, hace documentales como Terra, de difusión gratuita, para que sean exhibidos en escuelas, en conferencias, en congresos…, allí donde puedan servir para aumentar la concienciación de la gente. “No creo que mi trabajo vaya a cambiar el mundo –reconoce, aunque duda y bromea–: bueno, sí, quizás contribuya a que comamos menos carne”.
Viajar para comprender
Sus comienzos tienen mucho que ver con esta evolución de su carrera. Enamorado de una mujer apasionada de los animales, empezaron primero dirigiendo una reserva natural en el centro de Francia y luego se trasladaron a Kenia, donde, entre los Masai Mara y durante tres años, llevó a cabo un estudio sobre el comportamiento de una familia de leones. Entonces, para ilustrar sus observaciones escritas, empezó a utilizar la cámara y, a la vez, para ganarse la vida, a pilotar globos aerostáticos. Nació así una vocación que, de regreso a Francia, le permitió especializarse como fotógrafo de grandes reportajes relacionados con la aventura, el deporte o la naturaleza.
¿Queda algún sitio por visitar? “No se trata de un concurso, no tengo un mapa en mi habitación donde voy señalando lugares para llenarlo. No es un sueño para mí viajar, volar y ver fantásticos sitios. En absoluto. Yo quiero comprender, ver para comprender”.
El discurso de Arthus-Bertrand es a veces desordenado, con ideas que se amontonan y se interrumpen entre sí. Mientras se pregunta ¿por qué no podemos cambiar? o ¿por qué subsiste aún ese discurso del éxito mal entendido que lo identifica con hacer dinero?, recuerda algunas de sus conferencias en colegios que le hacen albergar esperanzas sobre el cambio de mentalidad que se apunta en el horizonte, con jóvenes “que quieren cambiar, que no quieren vivir como nosotros lo hacemos. Eso me da esperanzas, pero necesitamos jóvenes políticos para cambiar esto”.
No es fácil de asumir el discurso de Arthus-Bertrand. Porque, no se equivoquen, la revolución de la que habla no tiene como objetivo señalar a unas pocas cabezas acomodadas como culpables de lo que ocurre. Los culpables, dice, somos todos y cada uno de nosotros. “Las grandes compañías soy yo; existen porque yo existo, porque yo compro cosas. Ellos no me fuerzan a echar gasolina en mi coche, nosotros somos libres”. Por eso, hay una frase que suele repetir en su discurso: “Es demasiado tarde para ser pesimista”. Es decir, solo cabe actuar. Uno de los presentes durante la entrevista bromea con que quizás, tras la representación de Terra horas después, empieza a comer menos carnes. Bueno, por algo se empieza…